El biólogo Richard Dawkins inventó, en su libro The God Delusion, una escala del 1 al 7 que identifica las creencias de los individuos sobre la existencia de dios.

De acuerdo con Richard Dawkins, los ateos estarían situados en el número 7, eso es cuando alguien está absolutamente convencido que dios no existe, y el número 1 lo exactamente opuesto, cuando alguien está 100% seguro sobre la existencia de dios. El valor intermedio sería ser un imparcial agnóstico, aquel que cree que la existencia y la no existencia de dios son igualmente probables. De hecho, nadie puede ser un 7 en esta escala porque la no existencia de dios no puede ser demostrada y por lo tanto nadie puede estar 100% seguros de su inexistencia.

 

Pese a ello, existen infinidad de cosas que los científicos no podrán descartar jamás, de las cuales disponemos la misma cantidad de pruebas que en el caso de la existencia de dios, aún así ésta no es razón suficiente para basar nuestras vidas y decisiones en cosas como hadas de los dientes, Papá Noel o ponis invisibles voladores. Entonces, por qué hay gente que cree o que basa sus vidas en unas creencias religiosas específicas? El matemático Blaise Pascal tenía una interesante respuesta.

 

La apuesta de Pascal

 

Vamos a suponer que nos enfrentamos a lo que en economía llamamos un proceso de toma de decisión: una situación hipotética donde tenemos que decidir entre dos alternativas con diferentes resultados finales. La primera opción es decidir creer en dios, o al menos vivir nuestras vidas asumiendo que existe, y la otra es no creer y tomar las decisiones a lo largo de la vida independientemente de su existencia. Por consiguiente, hay dos posibles escenarios dependiendo de nuestra decisión: en una, dios existe y nos juzgará según nuestras acciones; y en la otra, dios no existe y todas nuestras decisiones no tendrán ninguna consecuencia una vez muertos. Por último, vamos a asignar valores numéricos a estos escenarios. Asumiremos que, si dios no existe no importa la decisión que hayamos tomado anteriormente y pondremos un valor intermedio de 0. La clave reside cuando dios sí existe. Si existe recompensará nuestra fe con la eternidad en el cielo (un número alto como 1010). Por otra parte, nos castigará con la eternidad de sufrimiento (un número alto y negativo como -1010) por nuestra falta de fe si hemos decidido no creer.

 

Game theory

 

Para cualquier probabilidad que escojamos sobre la existencia de dios, incluso por una que sea prácticamente 0, creer o vivir como si dios existiera tiene, lo que en economía llamamos, un valor esperado positivo. Parece más que obvio que, la mejor solución y que maximiza nuestra felicidad futura es la de creer en dios. A esto se le llama creencia cautelar en dios.

 

Revisando Pascal

 

Esta teoría presenta dos flaquezas importantes que, al menos, nos puede hacer cambiar la solución anterior. La primera y más importante, es que esta teoría sólo tiene en cuenta la existencia o no existencia de un único dios. Pero, al largo de la historia el ser humano ha inventado miles y miles de diferentes dioses con también diferentes formas de adorarlos para conseguir estos premios como el cielo. ¿Pero cuál de estos es el verdadero si es que alguno? ¿Cómo cambiaría nuestra toma de decisiones si el verdadero dios castigara aún más duramente aquellos que han estado toda su vida adorando a un falso dios en vez de los que no han adorado a ninguno? ¿Y si además castiga a aquellos que acertaron con el dios correcto pero no con la forma de adorarlo? Incluso considerando la situación en la que dios existe con un 100% de probabilidad, cuáles son las opciones de acertar con el correcto entre todos ellos? La irónica conclusión es que toda la gente religiosa ha solucionado este mismo problema de toma de decisiones con la solución atea para todos los dioses excepto uno. Y la segunda es que este modelo asume que los costes de creer en dios para la sociedad son nulos. Por desgracia la evidencia nos demuestra que esto no es así. La religión ha impuesto sus creencias durante la historia a base de amenazas y barbaries contra todo aquel que las cuestionara a través de la observación y el razonamiento.

 

Combinando las dos flaquezas explicadas podríamos concluir perfectamente que creer no es la única solución lógica posible. Para una probabilidad suficientemente pequeña sobre la existencia de dios o unos costes de creer para la sociedad suficientemente grandes, la solución bien podría ser la contraria a la anterior, no creer.

 

Dios como un ser redundante

 

Dios siempre ha sido usado como la explicación de todos los misterios que la humanidad ha encontrado, des de los fenómenos meteorológicos hasta los orígenes del universo. Aunque la gente religiosa sigue pensando que dios es el responsable final de todo lo que nos rodea, éste podría acabar siendo redundante. Si ya tenemos una explicación para algo, tener una explicación supernatural extra es simplemente redundante. Por ejemplo, cuando observamos a un ciclista pedalear y la bicicleta se mueve, atribuimos este fenómeno al pedaleo y esfuerzo del ciclista. Obviamente no podemos descartar del todo la existencia de un ser supernatural que esté también moviendo la bicicleta, pero esta explicación sería redundante porque ya habíamos llegado anteriormente a una explicación factible y comprensible para ello.

 

En conclusión, incluso si hay un dios, tiene que ser un científico excelente que ha generado todas las leyes de la física y matemáticas que sostienen el universo con sus 170 mil millones de galaxias con más de mil millones de estrellas cada una. Así que mejor, como dijo en su día uno de los Padres Fundadores de América Thomas Jefferson:

 

“Despréndete de todos tus miedos sobre prejuicios serviles, bajo los cuáles, las mentes débiles están servilmente agachadas. Asegura firmemente la razón en su asiento, y llámala para todo hecho y toda opinión. Cuestiona con audacia incluso la existencia de un Dios; porque incluso si existiese uno, seguro que aprobará más a aquellos que homenajearon la razón que aquellos miedosos de ojos vendados.”